Martin A., un hombre de sesenta y un años, ingresó a finales de 1983
tras contraer parkinsonismo y no poder cuidarse por sí mismo. En la
infancia había tenido una meningitis casi mortal y eso le produjo
retraso mental, impulsividad, ataques y cierto espasmodismo en un lado
del cuerpo. Martin vivió con sus padres hasta que ellos fallecieron,
después trabajó donde pudo porque en poco tiempo que estuviese
trabajando lo despedían por su lentitud, su tendencia a la ensoñación o
su incompetencia habría tenido una vida mucho más dura de no ser por su
sensibilidad musical y su notables dotes musicales, no hubiese tenido
alegría. Poseía una memoria musical asombrosa, siempre había dependido
de su oído aunque su voz no estaba al mismo nivel. Era una voz melodiosa
pero ronca, con cierta disfonía espasmódica. Su padre no sólo le
transmitió sus genes musicales sino también su gran amor a la música.
Martin, lento y torpe, gozaba del amor de su padre y le quería a su vez
con pasión este amor estaba cimentado por su amor compartido a la
música.
Martin quería haber podido llegar a ser como su padre,
un hombre cantante muy famoso de oratorios y de ópera, aunque esto no
era una obsesión; Martin hallaba mucho placer con lo que él podía hacer
que era ayudar a muchos famosos. Gozaba de una modesta fama como
“enciclopedia ambulante” porque sabía la música de dos mil óperas, los
cantantes que habían interpretado los papeles en innumerables
representaciones, los vestuarios, los decorados… Así pues, Martin era un
fanático de la ópera y algo así como un “sabio idiota”. El verdadero
gozo era participar personalmente en sesiones musicales, cantando en los
coros de las iglesias locales. En esas ocasiones, cuando se entregaba a
la música, Martin olvidaba que era un “retardado”, y olvidaba toda la
tristeza y la amargura de su vida, sentía como si lo envolviese una gran
plenitud, se sentía un verdadero hombre e hijo de Dios.
Su
memoria eidética no formaba por sí misma un “mundo” ni transmitía ningún
sentido con él. Carecía de unidad, de sentimiento, de relación con él
mismo. Era fisiológica, daba esa sensación, como un núcleo mnemotécnico o
un banco de memoria, pero no formaba parte de un yo vivo real y
personal.
Se sabía de memoria el Diccionario de música y músicos de Grove, la
inmensa edición en nueve volúmenes publicada en 1954, era un “Grove
ambulante”. Cuando su padre enfermó estaba siempre en casa, Martin le
acompañaba mientras él le leía en voz ata dicho diccionario que tenía
seis mil páginas, escuchaban la colección de discos de su padre,
repasaban y cantaban las partituras, todo lo que le leyó le quedó
impreso en su memoria así que cuando el “oía” el Grove en la voz de su padre lo recordaba con emoción.
Estas
hipertrofias prodigiosas de la memoria eidética parecen desalojar a
veces al yo real, o competir con él, e impiden su desarrollo. Su mundo
era pequeño, mísero, desagradable y lúgubre, era el mundo de un
retardado al que habían marginado desde niño y del que se habían
burlado, el mundo de alguien que raras veces se había sentido un hombre y
que lo consideraban un niño.
Era con frecuencia infantil, tenía
el lenguaje de un niño, era sucio, se limpiaba los mocos en la manga…
estas características infantiles hacían que gozase de pocas simpatías,
dentro de la residencia se hizo antipático y muchos le rehuían. Martin
estaba empeorando mucho y nadie sabía qué hacer. Tenía dificultades de
adaptación, su hermana dijo que había algo que le corroía y que le
estaba destruyendo.
En enero, el Dr. Sacks fue a verlo y se
encontró con un hombre muy distinto, claramente apesadumbrado, víctima
de un dolor espiritual y físico. Decía que tenía que cantar, que sin
ello no podía rezar, después añadió que nunca había pasado un domingo
sin
ir a la Iglesia, sin cantar en el coro, que fue con su padre y no dejó
de ir aún habiendo fallecido su padre, que tenía que ir sino moriría, el
Dr. Sacks le dijo que no sabía que echase de menos ir a la Iglesia y
que había una muy cerca de la residencia. Martin volvió a ir y allí lo
recibieron muy bien. Ya podía cantar, podía rendir culto todos los
domingos con música de Bach, podía disfrutar de la tranquila autoridad
que se le otorgaba.
Le dijo al Dr. Sacks que eran la única
Iglesia de la Diócesis que disponía de un coro y una Iglesia como es
debido, la única donde se cantan habitualmente todas las obras vocales
de Bach. Al Dr. Sacks le pareció muy curioso y conmovedor que Martina,
un retardado, sintiese una pasión tan grande por Bach. A pesar de todas
sus limitaciones intelectuales, la inteligencia musical de Martin era
plenamente capaz de apreciar gran parte de la complejidad técnica de
Bach, el Dr. Sacks se dio cuenta de que no se trataba en absoluto de una
cuestión de inteligencia, Bach vivía para él y él para Bach.
Martin
tenía dotes musicales “raras” si se las desplazaba de su marco justo y
natural. Lo fundamental para Martin había sido siempre el espíritu
de la música, sobre todo religiosa. Martin se convirtió en un hombre
distinto, se recuperó a sí mismo, se integró, volvió a hacerse real, el
niño rencoroso y el retardado estigmatizado desaparecieron al igual que
el eidético impersonal, sin emociones, irritante. Reapareció la persona
real, un hombre digno y decente, respetado y estimado ahora por todos.
La
maravilla era ver a Martin cuando estaba cantando porque en esas
ocasiones quedaba totalmente transformado. Todo lo que era deficiente o
patológico se desprendía de él y veías sólo atención y animación,
totalidad y salud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario