viernes, 15 de marzo de 2013

Capitulo 22: Un Grove ambulante

Martin A., un hombre de sesenta y un años, ingresó a finales de 1983 tras contraer parkinsonismo y no poder cuidarse por sí mismo. En la infancia había tenido una meningitis casi mortal y eso le produjo retraso mental, impulsividad, ataques y cierto espasmodismo en un lado del cuerpo. Martin vivió con sus padres hasta que ellos fallecieron, después trabajó donde pudo porque en poco tiempo que estuviese trabajando lo despedían por su lentitud, su tendencia a la ensoñación o su incompetencia habría tenido una vida mucho más dura de no ser por su sensibilidad musical y su notables dotes musicales, no hubiese tenido alegría. Poseía una memoria musical asombrosa, siempre había dependido de su oído aunque su voz no estaba al mismo nivel. Era una voz melodiosa pero ronca, con cierta disfonía espasmódica. Su padre no sólo le transmitió sus genes musicales sino también su gran amor a la música. Martin, lento y torpe, gozaba del amor de su padre y le quería a su vez con pasión este amor estaba cimentado por su amor compartido a la música.
Martin quería haber podido llegar a ser como su padre, un hombre cantante muy famoso de oratorios y de ópera, aunque esto no era una obsesión; Martin hallaba mucho placer con lo que él podía hacer que era ayudar a muchos famosos. Gozaba de una modesta fama como “enciclopedia ambulante” porque sabía la música de dos mil óperas, los cantantes que habían interpretado los papeles en innumerables representaciones, los vestuarios, los decorados… Así pues, Martin era un fanático de la ópera y algo así como un “sabio idiota”. El verdadero gozo era participar personalmente en sesiones musicales, cantando en los coros de las iglesias locales. En esas ocasiones, cuando se entregaba a la música, Martin olvidaba que era un “retardado”, y olvidaba toda la tristeza y la amargura de su vida, sentía como si lo envolviese una gran plenitud, se sentía un verdadero hombre e hijo de Dios.
Su memoria eidética no formaba por sí misma un “mundo” ni transmitía ningún sentido con él. Carecía de unidad, de sentimiento, de relación con él mismo. Era fisiológica, daba esa sensación, como un núcleo mnemotécnico o un banco de memoria, pero no formaba parte de un yo vivo real y personal.
Se sabía de memoria el Diccionario de música y músicos de Grove, la inmensa edición en nueve volúmenes publicada en 1954, era un “Grove ambulante”. Cuando su padre enfermó estaba siempre en casa, Martin le acompañaba mientras él le leía en voz ata dicho diccionario que tenía seis mil páginas, escuchaban la colección de discos de su padre, repasaban y cantaban las partituras, todo lo que le leyó le quedó impreso en su memoria así que cuando el “oía” el Grove en la voz de su padre lo recordaba con emoción.
Estas hipertrofias prodigiosas de la memoria eidética parecen desalojar a veces al yo real, o competir con él, e impiden su desarrollo. Su mundo era pequeño, mísero, desagradable y lúgubre, era el mundo de un retardado al que habían marginado desde niño y del que se habían burlado, el mundo de alguien que raras veces se había sentido un hombre y que lo consideraban un niño.
Era con frecuencia infantil, tenía el lenguaje de un niño, era sucio, se limpiaba los mocos en la manga… estas características infantiles hacían que gozase de pocas simpatías, dentro de la residencia se hizo antipático y muchos le rehuían. Martin estaba empeorando mucho y nadie sabía qué hacer. Tenía dificultades de adaptación, su hermana dijo que había algo que le corroía y que le estaba destruyendo.
En enero, el Dr. Sacks fue a verlo y se encontró con un hombre muy distinto, claramente apesadumbrado, víctima de un dolor espiritual y físico. Decía que tenía que cantar, que sin ello no podía rezar, después añadió que nunca había pasado un domingo
sin ir a la Iglesia, sin cantar en el coro, que fue con su padre y no dejó de ir aún habiendo fallecido su padre, que tenía que ir sino moriría, el Dr. Sacks le dijo que no sabía que echase de menos ir a la Iglesia y que había una muy cerca de la residencia. Martin volvió a ir y allí lo recibieron muy bien. Ya podía cantar, podía rendir culto todos los domingos con música de Bach, podía disfrutar de la tranquila autoridad que se le otorgaba.
Le dijo al Dr. Sacks que eran la única Iglesia de la Diócesis que disponía de un coro y una Iglesia como es debido, la única donde se cantan habitualmente todas las obras vocales de Bach. Al Dr. Sacks le pareció muy curioso y conmovedor que Martina, un retardado, sintiese una pasión tan grande por Bach. A pesar de todas sus limitaciones intelectuales, la inteligencia musical de Martin era plenamente capaz de apreciar gran parte de la complejidad técnica de Bach, el Dr. Sacks se dio cuenta de que no se trataba en absoluto de una cuestión de inteligencia, Bach vivía para él y él para Bach.
Martin tenía dotes musicales “raras” si se las desplazaba de su marco justo y natural. Lo fundamental para Martin había sido siempre el espíritu de la música, sobre todo religiosa. Martin se convirtió en un hombre distinto, se recuperó a sí mismo, se integró, volvió a hacerse real, el niño rencoroso y el retardado estigmatizado desaparecieron al igual que el eidético impersonal, sin emociones, irritante. Reapareció la persona real, un hombre digno y decente, respetado y estimado ahora por todos.
La maravilla era ver a Martin cuando estaba cantando porque en esas ocasiones quedaba totalmente transformado. Todo lo que era deficiente o patológico se desprendía de él y veías sólo atención y animación, totalidad y salud.

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